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Columna de opinión aparecida en el diario de Cochabamba "Opinión"
Es pornográficamente común escuchar en cualquier espacio cultural o social que «el público» se queje por no recibir información, o porque la comunicación no es suficiente. Lejos de criticar la legítima necesidad humana de queja por todo aquello que nos parece que se puede mejorar, esta es una actitud que se ha convertido en generalizada en una época en la que estamos (muchas personas, pero no todas aún) a un clic de tan ansiado bien.

En un momento en el que las palabras pueden significar cualquier cosa, nos hemos acostumbrado a enarbolar la bandera de la soberanía, como si se tratara de un derecho en ejercicio que está innato en nuestras acciones. Y en lo relativo a nuestras comunicaciones, y al devenir de nuestro quehacer cultural, hay en este tema todavía mucho por discutir. El desaguadero de los medios digitales corporativos y privativos está milimétricamente calculado para generar una experiencia de socialización, como si realmente pudiésemos acceder a aquello que es importante, o relevante, o simplemente significante. Vivimos bajo el yugo de la tecnopolítica del algoritmo o, en otras palabras, solo leemos en esas redes digitales aquello sobre lo que generamos beneficios a un tercero. Por ello, debemos retomar la esencia del acceso a la información y, por tanto, de una soberanía puesta realmente en práctica.

Esta soberanía implica una dura verdad: nos va a costar esfuerzo. Y estamos, por ello, ante una terrible disyuntiva. Las plataformas corporativas y comerciales no poseen mecanismos democráticos sobre los cuales sustentar una comunicación soberana, libre y abierta. Crear herramientas con estas características nos lleva un esfuerzo realmente enorme, cuyo mayor desánimo parte de la falta de público con quien dialogar. Y es que, al final del día, lo que necesitamos es la maraña, el ágora desaforada donde poder mezclarnos en una gran diversidad, y sentirnos parte de un todo mucho mayor. En la actualidad, esto es muy difícil de lograr a través de un medio que podamos considerar libre y soberano.

Debemos tener soberanía, pero de algo más que la comodidad de nuestro sofá. Para poder cultivarla y compartirla, es necesario basarnos en una cultura libre desde la cual superemos la queja en favor de una comunicación y difusión que vaya más allá de los jardines vallados de las redes corporativas. Así, seguramente, encontraremos mucha de esa información cultural que tanto deseamos. A lo peor, solo habremos malgastado 1.4 calorías, que es la cantidad de energía invertida al hacer un clic en el mouse.

 


Columna aparecida originalmente en Opinión.

Licencia de imagen: CC0 Public Domain de werner22brigitte

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